La biografía no autorizada de Tito El Bambino
La pequeña historia que no conocías
Era una fría noche de aquel lunes, 5 de octubre de 1981, cuando una pareja escuchó los sollozos de una desconocida, deforme y singular criatura tirada en la cancha de baloncesto de un lugar llamado Parque Ecuestre en Carolina. La mujer observó lo que parecía un bebé flaco envuelto en una manta, como si fuera el bíblico Moisés, pero con olor a mierda de caballo. En la oscuridad no se veía bien su carita, pero sobresalían unos cuajos de elfo adulto que hacían una extraña combinación con unos dientes que parecían hechos con fragmentos de mármol del Capitolio. La noble hembra decidió tomarlo en sus brazos, aun cuando el sonido que salía de la boca del infante no tenía nada que envidiarle a una ópera con grillos; el hombre no lo permitió, y antes que su esposa agarrara al menor, verificó que el bebé no tuviese cola, porque aquello era algo tan espeluznante que parecía la cría de un reptil.
El valiente hombre cogió una rama, y la colocó en la boca del bebé en el suelo para comprobar el poder de su mandíbula al ver aquel reguero de dientes. El bebé fácilmente con su boca agarró la rama con fuerza, y no la quería soltar; la mandíbula del bebé era tan poderosa que fácilmente ese niño podía morder un árbol de caoba y hacerle daño. El hombre miró al bebé con muchas dudas, hasta que recordó que una criatura tan fea y despiadada no puede provenir de Carola, sino que tenía que ser de Canóvanas. La noble mujer no quiso dejarlo allí tirado para que muriera a merced de las picadas de mosquitos, así que se lo llevaron a la casa, donde el hombre todas las noches se desvelaba con una escopeta frente a la cuna, como si estuviese vigilando al monstruo de la película “Jeepers Creepers” mientras duerme.
Efraín David finalmente creció -bueno, aunque no tanto- y comenzó a hacer travesuras en su urbanización, convirtiéndose poco a poco en un temido titerito entre sus amiguitos. Aunque era de pequeña estatura -miniatura sería el término correcto- y tenía el corazón del tamaño de un pechupop, Efraín era de sangre caliente y le gustaba la pelea. No había dron del vecindario que él no tumbara en las noches, ni gallina realenga que no recibiera un disparo con su escopeta de pellets. El pequeño travieso tenía como pasatiempo untarle mierda a los handles de las puertas de los vecinos, disfrutaba prender cuartos de dinamita en los buzones, y no temía en soltar caimanes en los cuerpos de agua aledaños solo por joder. Tampoco nadie sabía cómo carajo un niño podía conseguir tantos caimanes, y no se atrevían a cuestionarle por temor a que él les tirara uno en el patio o les metiera uno en la mochila de la escuela.
Efraín fue apodado como “Yaniclé” por su afición a este plato, pero ese sobrenombre no le gustó, lo que provocó varias peleas en las fiestas familiares, e incluso en una ocasión hasta le tiró con una silla plástica a una tía… la mujer terminó tuerta por el impacto de la silla en su ojo derecho. Aunque su cuerpo apenas alcanzaba los cuatro pies, tenía la bravura del más espigado soldado espartano; fue así como comenzó a llamarse Tito; básicamente, porque era algo corto que podía pronunciar bien, ya que sus exorbitantes dientes estaban creciendo a un ritmo superior al de él. Incluso, en la casa de Tito tuvieron que botar todos los espejos, ya que cuando el niño intentaba mirarse en ellos, los espejos solo tenían espacio para reflejar sus dientes, así que el menor pensaba que era más alto de lo que en realidad medía, provocando que su egocentrismo y arrogancia se duplicaran.
Si había algo más espeluznante que el tiburón de “Jaws” atacando sin misericordia a sus víctimas, era Tito abriendo la boca en Plaza Acuática mientras buscaba aire en la piscina de olas. De hecho, a los ocho años Tito una vez recibió la mordida de un pitbull y él lo mordió pa’ atrás, matándolo en el acto. Más allá de molestar a los vecinos y joder, este pequeño indomable tenía otro peligroso pasatiempo: cantar. Sus dientes -que para arreglarlos los padres iban a necesitar un arquitecto de catedrales en vez de un ortodoncista- ahora eran de gran ayuda, pues la finísima voz que salía de su garganta era absorbida por las grandes piezas en su boca. Si no llega a ser por esos dientes, la voz de Tito salía en su más puro y fino color, un sonido que el ser humano promedio no podría tolerar, dejando a un solo grupo apto para poder escucharlo: los sordos.
El chiquillo no paraba de cantar. Su familia era la más odiada de Parque Ecuestre por haberle comprado un micrófono con una bocina que usaba para entonar sus coplas todos los fines de semana a las siete de la mañana. Ni los Testigos de Jehová se paraban frente a la casa de Tito, quien siempre les regalaba una traviesa sonrisa que parecía un homenaje a Stonehenge. Pasadas las semanas, Tito no se conformó con ensayar solo los wikenes, sino que ahora practicaba todos los días de cuatro de la tarde a una de la mañana. A Tito no le importaba un carajo la escuela, porque él estaba seguro que se convertiría en alguien grande, aunque nadie estaba seguro si hablaba de la fama o que él realmente tenía esperanzas en aumentar de estatura. El serafín con voz de alarma de humo experimentaba con diferentes ritmos como la salsa, el merenrap y la balada, ya que siempre Tito soñó con pertenecer a Menudo, pero nunca pudo llegar debido a que pedían niños que superaran los cuatro pies con una pulgada y él no llenaba la cuota solo por apenas unos centímetros.
Tito decidió probar un nuevo ritmo callejero que venía sonando llamado “underground”. En este género que estaba en pañales, la voz de Tito seguía siendo igual de irritante que en los otros ritmos. Nadie se atrevía decirle a Tito que se retirara de la música, pues su voz era lo que se considera MAJADERA. Cuando algunos de sus amigos tuvieron un ápice de valentía para enfrentarlo, pensaron que estaría bastante cabrón ver la cara de Tito desilusionado: si cuando estaba feliz daba miedo ver aquellas fichas de dominó sobre sus labios, imagínense observarlo encabrona’o exhibiendo sus filosos colmillos y su cara de molestia. Era mejor pararse frente a Drácula con sed que llevarle la contraria a Tito. Si hay una moraleja en esta historia es que Tito siempre ha sido subestimado, pero todas y cada una de las veces ha buscado la manera de lograr su cometido… como aquella vez cuando invitó a Ricky Rosselló a una carrera en fourtrack en una playa, específicamente en una zona de anidaje del tinglar. Tito no solo le sacó unos diez pies de distancia a su oponente, sino que para celebrar con su vehículo de cuatro ruedas comenzó a hacer piruetas en la arena sobre las crías que intentaban escapar del tinglarcidio.
El diminuto Tito continuó trabajando sin parar porque soñaba con convertirse en un famoso cantante, pero sus dientes eran un estorbo al momento de entonar una canción que durara más de un minuto. Aunque podía cantar con facilidad “Feliz cumpleaños” y “La paz”, en el resto de las canciones no lo lograba, ya que la boca le pesaba mucho. Tanta era la pasión de Tito, que a pesar de su problema ensayaba muchas horas. Esto provocó que su quijada se saliera de sitio y nunca más pudiera volver a cerrar la boca. Fue así como se dio cuenta que debía buscar un compañero para usarlo como descanso durante las canciones. Tito no estaba dispuesto a compartir el protagonismo en una tarima, pero estaba claro que necesitaba un refuerzo al momento de cantar. No es fácil aceptar que uno necesita ayuda, mucho menos lo es cuando se es Tito.
Un buen día mientras compraba un Icee y una empanadilla de pizza en la escuela Ángel P. Millán Rohena, un piquetudo Tito estaba vacilando con su combo de charlatancitos, a quienes les parecía genial hacer bolitas con papel de aluminio para tirárselas en la chola a los estudiantes más bobos. Tito daba instrucciones de que le tiraran a un niño colga’o llamado Julio Irving, y en ese momento recibe un pequeño golpe con la mochila de parte de otro estudiante mayor que él. El minúsculo niño con aspecto de obrero de Keebler sin titubear le cuestiona al obeso compañero el porqué su mierda de bulto Colorado lo tocó. “¿Quién carajo tú te crees, cuatro ojos?”, le gritó Tito sin pestañear. El otro estudiante -sin miedo a nada- le respondió “¿a quién carajo tú le dijiste ‘cuatro ojos’, saco ‘e dientes?” Tito frunció el ceño, abrió lentamente su boca… y le preguntó el nombre al otro chico. “Héctor… el de la presión”, fue la respuesta que el tetudo estudiante le dio a Tito. Ese día una nueva historia comenzó.