Réquiem para un Caballo

Adiós para siempre, y ojalá te de la puerta en el culo al salir.

Los caballos simbolizan libertad, fuerza y coraje. Son uno de los animales que han ayudado a los humanos a labrar, durante miles de años, el mundo que conocemos. Si el perro es el mejor amigo de hombre, el caballo fue en algún momento su mano derecha, su amigo del trabajo.

Sin embargo, los caballos pueden ser violentos. Toda esa fuerza la pueden vertir en defenderse cuando se sienten atacados o sienten que tienen que dejar saber cuál es su lugar en el rebaño. Carlos Romero Barceló fue el caballo más sanguinario que vio la política puertorriqueña.

Horseception

Subió al poder cuando todavía quedaban los rezagos del carpeteo y las luchas en los países latinoamericanos estaban a flor de piel. Fue de los que instigó en El Pueblo ese pensar de que sin USA estaríamos como Cuba. Se valió de las noticias que llegaban sobre Bordaberry, Somoza, Duvalier, Pinochet, Castro, Banzer y Videla para pintar la colonia como un lugar seguro, pacífico y democrático.

Detrás de esa cortina se encontraba un hombre que no respetaba al otro extremo político, ni siquiera porque su abuelo, Antonio Barceló, perteneció a ella. Quedó claro cuando llamó héroe a los asesinos de dos jóvenes independentistas, y con la maquinaria gubernamental y la ayuda de Estados Unidos, que estaba tratando de erradicar cualquier visión política que no se alineara a la suya, tapó los asesinatos como terrorismo y encubrió a los asesinos. Así son los caballos. Fuerte. Impetuoso. Impune.

Todavía hoy, en medio de un caos social y sumidos en una profunda recesión, la mayoría del pueblo cree que estamos mejor, o que somos mejor, que nuestros hermanos caribeños y suramericanos. Decir que Romero es el artífice de este pensamiento sería una mentira, pero no cabe duda de que puso su granito de arena.

¿Cuánto vale una vida? ¿Es diferente el que mata a dos del que mata a mil? No, pues tienen la misma mentalidad, la de un asesino que no tolera la oposición. No fueron Soto y Rosado los únicos mártires que nacieron bajo la tutela de Romero. La Policía destruyó una comunidad de ocupantes ilegales llamada Villa SinMiedo, cuya líder, Adolfina Villanueva, murió, sin temor, a manos de estos. Romero no vio nada malo en dejar en la calle, sin un plan de relocalizacion, a toda una comunidad. Pero así son los corceles, que una vez comienzan a correr necesitan de un buen jockey para detenerlos. A Romero no lo detenía nadie, como un mustang salvaje en la pradera.

Adolfina Villanueva: con más cojones que cualquier hombre que haya nacido antes o después.

El que mucho puede, mucho intenta. Décadas antes de que Churumba apagara las luces en un ataque de cólera al ver a sus Leones perder las finales del BSN en su propia cancha, en 1984 Romero le apagó la luz al pueblo en la última vuelta de la carrera por la gobernación. Como un caballo que gana una carrera en el Hipódromo por medio cuerpo, Romero salió victorioso cuando la luz llegó, después de estar atrás. Fuerte. Impetuoso. Impune. Tramposo.

Mucho antes de sacar a Ricky, ya estabamos practicando con Romero.

Un caballo que se acuesta, muere al poco tiempo. Por eso Romero no aceptaba la palabra derrota. En el 1992 se convirtió en Comisionado Residente en Washington. Fue aquí donde le hizo el mayor de los males a la sociedad puertorriqueña. Egoísta al no ponerse en los zapatos de aquellos que a diferencia de él no habían nacido en cuna de oro ni tenían su vida resuelta, decidió que iba a cumplir su sueño de ver a Puerto Rico convertirse en el Estado 51. Esta vez no eran comunidades pobres o “terroristas” sus enemigos. Sus opositores eran las leyes que el sintiera que no permitían que Puerto Rico fuera un Estado, como la 936. Miles de familias dependían de esta ley para que distintas empresas pudieran operar en la isla. Sin ellas, los trabajos fueron mermando y creando al zapata para la recesión que comenzó unos 10 años después. Romero está directamente ligado a nuestra situación actual. Así son los caballos. Fuertes. Impetuosos. No paran hasta llegar a la meta.

Después del 2001, Romero comenzó a recibir su merecido. Un puño en la cara que lo dejó pareciendo el pirata que fue toda la vida, y una caida en pleno cierre de campaña que le dio a Puerto Rico un meme que atesorará toda la vida. Despidió a sus enemigos políticos, Hernandez Agosto y Hernandez Colón, como las últimas victorias de su larga vida. Llega al infierno exactamente dos años después de Cuchín, pero no nos cabe duda que lo alcanzará. Así son los caballos. Fuertes. Impetuosos. Impunes.

Mi nombre es Gazoo Starr, besos a los que me recuerdan y flores al que ya me olvidó. Romero el ser humano pasó al más allá sin pagar por todo lo que hizo. Sin embargo, queda de nosotros que su memoria y legado pague. Hay algo que no se puede comprar, y es nuestra memoria. Y aunque nos gusta ver a la gente cumplir sus sueños, nos sentimos reivindicados al saber que Romero nunca vio la estadidad. Recordémoslo como fue, otro déspota más de una era pasada que todavía nos afecta. Solo espero que en el infierno lo reciban con un sonoro abucheo, como en los Panamericanos ’79, para que se sienta como en casa.

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Pronto mi novela:

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