El Arte de La Guerra según Melissa Cotto
Hay un viejo dicho que dice “No hay furia en el infierno como el de una mujer despreciada”
Durante años vimos a Melissa Guzman (favor de no confundir con la arrabalera de Guayama que solía ensuciar La Letrina con sus letras) transformarse en una Maria la del Barrio de carne y hueso. Pobre y fea con cojones, utilizó el poder adquisitivo que tuvo a su disposición como esposa de una de las estrellas más rentables del boxeo pagado para convertirse en otra cosa como una mariposa, o por lo menos una pava real. La vimos evolucionar de la patita fea a un cyborg cisne. Ella se convirtió, sin lugar a dudas, en un “molde único”, como pregona por sus redes. Pero esta no era una María La Del Barrio cualquiera que perdonaría las cabronadas de su Don Fernando.
Melissa fue el pilar que sostuvo a Miguel Angel Cotto durante los momentos más alto y más bajos de su ilustre carrera. Sin embargo, todos sabíamos que era menospreciada por el orgullo del Doble Seis en Caguas. Este una vez se atrevió a decir en televisión nacional frente a las cámaras de HBO, que el era “tremendo padre, pero un mal esposo”. La pregunta que nos resta hacernos es ¿por qué se mantuvo al lado de Cotto durante los años más jugosos de su vagina? ¿Habrá sido por el enorme güebo el amor que sentía por Miguel?
La realidad es otra y que se remonta a los inicios de la carrera de Miguel. Cuando se hicieron de dinero, Melissa cambió a sus viejas amistades de Cantera por las cívicas de Guaynabo. Estas a su vez le presentaron un método para calmarse: Yoga. Melissa intentaba encontrar su paz interior y erradicar de su ser esas ganas romperle los cristales a los carros de Miguel, prenderle fuego a las gasolineras, prenderle fuego a su colección de guantes, en fin hacer lo que mujeres de su calaña están acostumbradas a realizar. Sin embargo, todo lo que lograba era volverse más flexible para que Cotto la rellenara como una butifarra cuando llegaba hambriento de crica después de sus largos acuartelamientos. Estaba a punto de rendirse ante el deseo de hacer un papelón cuando la inspiración le llegó con una combinación china.
Un día mientras se comía una combinación china de costillas deshuesadas con arroz y tostones con ajo más un eggroll doble carne, El Sr. Chao Fo, cocinero en un afamado restaurant chino y respetado cazador de gatos en la provicia de Wuhan, le obsequió un pequeño libro que le llegó en español de Amazon y no le servía para nada pues el no habla el idioma. Melissa leyó el título del libro, “El Arte de La Guerra”, y buscó con su mirada al afable asiático. El Sr. Fo bajó su cabeza en señal de respeto, y como en “el case” a Melissa le habían enseñado a no bajar su cabeza y mantenerla en alto, se puso las manos en los ojos y los achinó como forma de agradecimiento.
La primera frase que le tocó su rediseñado pecho fue “Tienes que creer en ti mismo”. Parece trillado, pero Sun Tzu escribió esto miles de años antes que el pendejo ese de Daniel Habif. Melissa comenzó a creer en que podía convertirse en toda una señora de lo más popis. Desde ese momento, el refinamiento de Melissa Guzmán de Cotto sucedió rápido, pero no furioso. Todo lo contrario, era un tensa calma, lo apacible antes de la tormenta. Cada frase del libro fue un bálsamo para su espíritu de yegua indomable.
Cien victorias en cien batallas no es la mayor habilidad. Someter al ejército de los otros sin batalla es la mayor habilidad.
Sun Tzu
Melissa ya no le peleaba a Miguel cuando meaba la tapa del baño. No le peleaba cuando se iba a beber y llegaba con la cara amoretonada por los golpes de Robert Belleza en el Doble Seis. Melissa no le decía nada cuando a altas horas de la noche el querido Pastelillo, el mejor amigo de Miguel, llamaba para hablarle “de el surtido que se había comido solo en el viejo restaurant que solían frecuentar”. Ella sabía que no era Pastelillo na’, pues no podía escuchar el fuerte respirar del marrano. Cuando sentía los deseos de explotar de la rabia, recordaba las enseñanzas del viejo libro: La excelencia suprema consiste en romper la resistencia del enemigo sin luchar. Melissa no iba a luchar, al menos no con puños.
Así es como en la guerra, el estratega victorioso solo busca la batalla después de que la victoria ya se ha ganado, mientras que aquel destinado a la derrota, primero pelea y después busca la victoria.
Sun Tzu
Melissa ya no era la pendeja de antes. Ella no iba a formar un papelón para que le achacaran la falta de concentración de su marido en una pelea. Aprendió que esas que forman una trifulca lo único que logran es una Ley 54 en su contra. La victoria de caerle a pescozás, se convertiría en el martirio de una noche tras las rejas o un divorcio en su contra por trato cruel. Qué comedia, pensaba, como si no pudiera aguantar sus bofetás un hombre que había aguantado 12 rounds de puños llenos de yeso.
Existen cinco rasgos que son peligrosos en los generales. Los que están dispuestos a morir pueden perder la vida; los que quieren preservar la vida pueden ser hechos prisioneros; los que son dados a los apasionamientos irracionales pueden ser ridiculizados; los que son muy puritanos pueden ser deshonrados; los que son compasivos pueden ser turbados.
Sun Tzu
Melissa era la general de ese matrimonio, y ella no estaba dispuesta a morir por Miguel, a ser deshonrada, o ser ridiculizada por La Comay. Tampoco iba a ser compasiva y dejar que se saliera con la suya. Solo necesitaba tiempo.
Para conocer a tu Enemigo debes convertirte en tu Enemigo.
Sun Tzu
¿Realmente conocía Melissa a Miguel? Para conocerlo, ella debía convertirse en Miguel. No a través del boxeo, pues había gastado una cuantiosa cantidad de dinero transformándose en el mujerón que siempre había querido ser. Así que tomó el mismo hobby que Miguel: tatuarse. Comenzó a tatuarse unas flores y mariposas que a simple vista no eran mas que un tatuaje más, pero para los adeptos en las filosofías milenarias de Sun Tzu significaban el viaje que una mariposa debe dar, volando llena de gracia, para esconder que muy dentro de sí sigue siendo la misma oruga llena de rencor por todos los vejámenes que había recibido. Y aprendió que a Cotto le gustaba el dolor. Le ayudaba calmar el culo de persona que vivía dentro de sí, y era la forma de castigarse cuando perdía. Por eso los tatuajes no crecieron hasta que las derrotas se apilaron.
El éxito en la guerra se alcanza cuidando de adaptarse permanentemente al propósito del enemigo.
Sun Tzu
Melissa se había adaptado al propósito de Miguel para su vida: criarle los muchachos. Melissa no tenía problema con esto, pues Miguel siempre había sido buen padre. En ese aspecto ella le daba una tregua, pues a ese fin, estaban en la misma página. No camines en contra de las corrientes, ni en contra del viento. Ella seguía apilando victorias que sus adversarios no contaban ni veían.
El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las trampas se mueven, aparentar inactividad.
Sun Tzu
Todos esperaban que Melissa le pidiera el divorcio a Miguel desde la vez que captaron a Miguel comprándole pantaletas a otra mujer en Los Secretos de Victoria. Sin embargo, Melissa no actuó con premura. Sabía que podía ganar la guerra, pero el botín no sería tan grande como si permitía que su enemigo siguiera trabajando para ella. “Así, sólo un gobernante brillante o un general sabio que pueda utilizar a los más inteligentes para el espionaje, puede estar seguro de la victoria”. Melissa mandaba a sus hijos a los acuartelamientos pues a estos siempre se les soltaba la lengua. Melissa seguía acumulando información para el gran golpe.
Dale al enemigo lo que ellos esperan recibir; así serán capaces de discernir y confirmar sus suposiciones. Con esto lograrás que el propio enemigo actúe con patrones de respuesta predecibles que mantendrán a sus estrategas y a sus ejércitos ocupados. Mientras tanto, tú deberás esperar el momento para actuar de un modo que no se pueda anticipar.
Sun Tzu
Melissa le había dado todo lo que Miguel esperaba recibir, hasta el trasero. Para Miguel, todo era miel sobre hojuelas. El matrimonio iba viento en popa. El plan de Melissa siempre estuvo marchando correctamente excepto por algo que le nublaba el discernimiento.
Los terrenos bajos son húmedos, lo cual provoca enfermedades y dificulta el combate
Sun Tzu
La gran dificultad era el fuego uterino de Melissa. Las dos bolas gigantes de Miguel la desquiciaban. Verlo en speedos se la ponía babosa en un segundo. No confiaba en su juicio cuando tenía los testículos de Miguel como paragua, colgándole de su cabeza. A veces, cuando Miguel le ponía la bolsa e’ huevos de mascarilla N95 pensaba en perdonarle todos los pecados. Pero entonces recordaba las enseñanzas del Arte de La Guerra.
Incluso la mejor espada si se deja sumergida en agua salada finalmente se oxidará.
Sun Tzu
Con el tiempo la espada de Miguel se había sumergido tanto en el rio que brotaba de la hendija de Melissa que parecía oxidada. Ya podía aguantar las ganas de ser débil y perdonar. Con el tiempo su mente se aclaró, las batallas de Miguel sobre el ensogado mermaron y el botín de guerra, la fortuna familiar había crecido exponencialmente. Era el momento de atacar.
Llévalos a un punto del que no puedan salir, y morirán antes de poder escapar.
Sun Tzu
Ese punto del que no se podía escapar era el retiro. Se acabaron los acuartelamientos con Pastelillo. Se acabaron las salidas furtivas a Los Estados Unidos para cuadrar o proporcionar peleas. Melissa lo tenía entre las cuerdas, en ese infierno llamado “un matrimonio normal y corriente”.
Ahora Melissa Guzman se está divorciando de quien fue su marido por 21 años. Con ello consiguió un nivel zen y de serpiente venenosa solo superado por Olga Tañon, que hasta le robó la hija a Igor y lo convenció de que permitiera que le dieran el apellido de su ahora esposo. Melissa jugó al arte de la guerra como solo los grandes estrategas de la historia lo han hecho: con estrategia, temple, seguridad y una destreza que como mujer domina mejor que cualquiera: mucha maldad. Pues ella sabía que ganaría, Sun Tzu se lo había dicho:
Las ruedas de la justicia giran lentamente pero giran bien.
Sun Tzu
Mi nombre es Gazoo Starr, besos a los que me recuerdan y flores al que ya me olvidó. Esto es una historia cautelar para todos los hombres: la única mujer que no busca venganza es la que está muerta. No se crean que con flores, chocolates o millones de dólares las convencerán. Las mujeres son como el Departamento de Hacienda: No perdonan ni olvidan. Melissa esperó el momento idóneo. En la guerra del matrimonio, a Cotto le tocó perder, y esta va a ser más dolorosa que la de derrota ante Margarito.